jueves, 24 de junio de 2010

Presentación en Murcia de Echo Sierra

El martes 29 de junio a las 19:30 tendra lugar la presentación de Echo Sierra en el salón de la Bibioteca Regional de Murcia.

Asisten:

D. Agustín Donaire González, Segundo Jefe de la Delegación de Defensa de Murcia.
D. Jorge Bañón, Delegado de ARES en Murcia
D. César Pintado, autor de la obra

Tras la charla-coloquio habrá un punto de venta de la novela y tendrá lugar una firma de ejemplares.
Anímate y ven. Total, ese día no juega España.

martes, 8 de junio de 2010

Viernes Santo en Los Montesinos

Los Montesinos, Alicante. 10 de abril. 20:39.

Desde 2006 se instauró una curiosa tradición en Los Montesinos, que se ufanaba en que era la localidad con mayor proporción de reservistas voluntarios. En realidad sólo eran cuatro los allí empadronados, pero ya que la población era de apenas cuatro mil habitantes, tal afirmación era posiblemente cierta. La tradición la comenzó un alférez de fragata reservista llamado Pascual Simón que además era hermano de una de las cofradías que sacaban los pasos en Semana Santa. Ya que hacía muchos años que las procesiones no tenían escolta militar y que recuperarla supondría mantener de servicio a cierto número de profesionales en Viernes Santo, a Simón se le ocurrió invitar a sus amigos de la Reserva Voluntaria. De los dieciocho reservistas repartidos en tres pasos, el número creció en progresión geométrica los años siguientes y el evento se convirtió en una mezcla de festividad religioso-militar, actividad asociativa y práctica deportiva. Para Medina, que siempre había sido religioso, era una muestra de devoción y una oportunidad de encontrarse con los amigos. A punto de salir de misión, sentía que necesitaba ambas cosas. Eva le acompañaba no muy entusiasmada, pero al menos le alegraba ver a su marido de mejor humor. Y en mejor, forma, como había comprobado cuando se cambiaba de ropa. Se aproximó a la plaza de la iglesia y le pareció ver a los alféreces Mora y Yuste.

- ¡Hombre, aquí están Pili y Mili!
- A la orden, mi alférez. No esperaba verte aquí hoy.
- Cuánto bueno por aquí hoy. ¿Qué te queda para irte? Oye, te veo más afilado.
- Me voy esta semana que viene, nos han dado unos días. Y si me ves más afilado no te extrañe, me he pegado unas palizas a andar que creo que he gastado los tacos de las botas.
- Mucha caña, ¿no?
- Caña, anzuelo y sedal. ¿Dónde está la gente?
- Está aún dentro del ayuntamiento, con el subdelegado de defensa. Enseguida empezamos con los ensayos.
- ¿Traes mimeta?
- No, ensayo así y me evito otro cambio de ropa.
Empezaron a salir uniformes del ayuntamiento. Había muchas caras nuevas, pero eran las caras conocidas las que Medina buscaba con la vista. A Medida que las encontraba se sucedían los saludos, los abrazos y los apretones de manos. No era el único que iba de misión, pero los que iban recibían ese día un tratamiento especial. Eran Medina, dos sargentos y un cabo 1º de Infantería de Marina, dos alféreces de Sanidad y un cabo de Tierra. El alférez de fragata Simón no vestía aún el uniforme al ir primero como cofrade, pero los reunió y se los llevó a la sacristía, donde estaca acabando de prepararse un jovial párroco de pelo canoso.
- Don Gabino, esto son los compañeros que se van ahora a Somalilandia. ¿Tendría usted inconveniente en echarles una bendición?
- Pues no se, depende. ¿Han pasado por el limosnero? –preguntó muy serio-. Es broma, venid para acá.
Los ocho hombres inclinaron la cabeza y el párroco pronunció las palabras con tono cariñoso dentro de lo solemne. Regaló a cada uno una medalla de latón y una estampa, que Medina se guardó en el bolsillo de la guerrera tras besarlas.
Salieron a la plaza y empezaron a agruparse para los ensayos. Normalmente Tierra se encargaba de escoltar a La Dolorosa, la Armada al Cristo Crucificado y el Cristo Yaciente tenía una escolta mixta del Ejército del Aire, Infantería de Marina o quien quedase desparejado.
- Alberto, te toca este año el Cristo Yaciente. Como eres el más antiguo te pones el primero.
Medina ocupó su lugar y la salida de los pasos comenzó hacia las nueve, precedido cada uno por el himno nacional. Como todos los años, tendía a sentirse un poco inseguro sobre la coreografía del acto, pero los hermanos mayores revisaban cada detalle con el celo de un suboficial veterano. El paso del Cristo Yaciente fue el último en salir. La heterogénea escolta se distribuyó alrededor del paso intentado acompasar el paso de oca con el majestuoso oscilamiento de los costaleros y las apretadas maniobras para girar. Algunos de los reservistas tenían ya seis años de experiencia con aquella procesión y se integraban perfectamente, con un paso de oca moderado y manteniendo los brazos pegados al cuerpo; los más bisoños ocupaban las posiciones retrasadas y se dejaban guiar por el paso de los veteranos. Se hizo un silencio pesado que precedió al tambor y éste a los acordes de la orquesta municipal. La procesión recorría las estrechas calles del pueblo flanqueda por un mar de velas encendidas. Los hermanos mayores de la cofradía se coordinaban con unos intercomunicadores con micrófonos y auriculares que se habrían comprado ese año, evitando el “efecto gusano” y marcando el paso al redoble del tambor. Llegaban ya a la Calle Mayor cuando se hizo un alto y una mujer de unos cincuenta años entonó una saeta a la Virgen. Medina no era muy folclórico, pero no podía sustraerse al efecto de aquel canto a capella, que engarzaba música y devoción con una entonación casi hiriente. Terminada la saeta la procesión reanudó su marcha, pero Medina empezó a oir detrás del paso unas notas que le resultaban familiares. Estaban tocando La Madrugá, una marcha fúnebre. El toque de las campanas al principio parecía clavársele en el alma. Medina se sintió de repente más despierto, lleno de fatalismo, o más bien de una especie de triste orgullo. Se irguió aún más en su considerable altura y se concentró en seguir el paso. Puede que fuese la tensión antes de marcharse, el ambiente o la ansiedad acumulada durante meses, pero en aquel momento tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no echarse a llorar. Pensó en el cabo 1º de la Armada que había muerto unos días antes, en las caras de los muertos de otras misiones y sintió una gran empatía. Casi todos eran hombres jóvenes, muchos más jóvenes que él. ¿Qué esperarían de sus misiones? ¿Una aventura, una oportunidad o simplemente hacer su trabajo? A veces se cuestionaba la virtud de aquellas misiones exteriores, sobre todo por las realidades que se ocultaban tras el teatrillo humanitario. Para Medina se pretendían justificar de esa manera ante una sociedad que no estaba dispuesta a usar sus ejércitos ni aún para defenderse, apática y frívola. Para él estaba claro, iba porque necesitaba el dinero. Eso y escapar un tiempo de una vida que le asfixiaba, que le privaba de su dignidad y de su función. Puede que recuperase algo de eso en Somalilandia o eso esperaba. Aquel rincón del mundo le importaba poco, pero quería que al menos todo aquello sirviese para algo.
La procesión terminó al volver los pasos a la parroquia. Era costumbre que el ayuntamiento preparase un ágape de medianoche para los que habían participado en la procesión. Era la primera vez que los reservistas congregados en Los Montesinos despedían a unos compañeros que se iban de misión. Se brindó por los “expedicionarios” y recibieron toda clase de consejos y buenos deseos. La despedida fue más larga y emotiva que ninguna vez anterior y Medina llegó a sentirse molesto por tanto abrazo y besuqueo, pero aceptó todas las muestras de afecto. De todas maneras, no quería abusar de la paciencia de Eva y se retiraron pronto excusándose con la necesidad de descansar antes del viaje de vuelta a San Fernando.