Desde 2006 se instauró una curiosa tradición en Los Montesinos, que se ufanaba en que era la localidad con mayor proporción de reservistas voluntarios. En realidad sólo eran cuatro los allí empadronados, pero ya que la población era de apenas cuatro mil habitantes, tal afirmación era posiblemente cierta. La tradición la comenzó un alférez de fragata reservista llamado Pascual Simón que además era hermano de una de las cofradías que sacaban los pasos en Semana Santa. Ya que hacía muchos años que las procesiones no tenían escolta militar y que recuperarla supondría mantener de servicio a cierto número de profesionales en Viernes Santo, a Simón se le ocurrió invitar a sus amigos de
- ¡Hombre, aquí están Pili y Mili!
- A la orden, mi alférez. No esperaba verte aquí hoy.
- Cuánto bueno por aquí hoy. ¿Qué te queda para irte? Oye, te veo más afilado.
- Me voy esta semana que viene, nos han dado unos días. Y si me ves más afilado no te extrañe, me he pegado unas palizas a andar que creo que he gastado los tacos de las botas.
- Mucha caña, ¿no?
- Caña, anzuelo y sedal. ¿Dónde está la gente?
- Está aún dentro del ayuntamiento, con el subdelegado de defensa. Enseguida empezamos con los ensayos.
- ¿Traes mimeta?
- No, ensayo así y me evito otro cambio de ropa.
Empezaron a salir uniformes del ayuntamiento. Había muchas caras nuevas, pero eran las caras conocidas las que Medina buscaba con la vista. A Medida que las encontraba se sucedían los saludos, los abrazos y los apretones de manos. No era el único que iba de misión, pero los que iban recibían ese día un tratamiento especial. Eran Medina, dos sargentos y un cabo 1º de Infantería de Marina, dos alféreces de Sanidad y un cabo de Tierra. El alférez de fragata Simón no vestía aún el uniforme al ir primero como cofrade, pero los reunió y se los llevó a la sacristía, donde estaca acabando de prepararse un jovial párroco de pelo canoso.
- Don Gabino, esto son los compañeros que se van ahora a Somalilandia. ¿Tendría usted inconveniente en echarles una bendición?
- Pues no se, depende. ¿Han pasado por el limosnero? –preguntó muy serio-. Es broma, venid para acá.
Los ocho hombres inclinaron la cabeza y el párroco pronunció las palabras con tono cariñoso dentro de lo solemne. Regaló a cada uno una medalla de latón y una estampa, que Medina se guardó en el bolsillo de la guerrera tras besarlas.
Salieron a la plaza y empezaron a agruparse para los ensayos. Normalmente Tierra se encargaba de escoltar a
- Alberto, te toca este año el Cristo Yaciente. Como eres el más antiguo te pones el primero.
Medina ocupó su lugar y la salida de los pasos comenzó hacia las nueve, precedido cada uno por el himno nacional. Como todos los años, tendía a sentirse un poco inseguro sobre la coreografía del acto, pero los hermanos mayores revisaban cada detalle con el celo de un suboficial veterano. El paso del Cristo Yaciente fue el último en salir. La heterogénea escolta se distribuyó alrededor del paso intentado acompasar el paso de oca con el majestuoso oscilamiento de los costaleros y las apretadas maniobras para girar. Algunos de los reservistas tenían ya seis años de experiencia con aquella procesión y se integraban perfectamente, con un paso de oca moderado y manteniendo los brazos pegados al cuerpo; los más bisoños ocupaban las posiciones retrasadas y se dejaban guiar por el paso de los veteranos. Se hizo un silencio pesado que precedió al tambor y éste a los acordes de la orquesta municipal. La procesión recorría las estrechas calles del pueblo flanqueda por un mar de velas encendidas. Los hermanos mayores de la cofradía se coordinaban con unos intercomunicadores con micrófonos y auriculares que se habrían comprado ese año, evitando el “efecto gusano” y marcando el paso al redoble del tambor. Llegaban ya a
La procesión terminó al volver los pasos a la parroquia. Era costumbre que el ayuntamiento preparase un ágape de medianoche para los que habían participado en la procesión. Era la primera vez que los reservistas congregados en Los Montesinos despedían a unos compañeros que se iban de misión. Se brindó por los “expedicionarios” y recibieron toda clase de consejos y buenos deseos. La despedida fue más larga y emotiva que ninguna vez anterior y Medina llegó a sentirse molesto por tanto abrazo y besuqueo, pero aceptó todas las muestras de afecto. De todas maneras, no quería abusar de la paciencia de Eva y se retiraron pronto excusándose con la necesidad de descansar antes del viaje de vuelta a San Fernando.
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