jueves, 6 de mayo de 2010

Introducción

Hacía años que el mundo no quería saber de Somalia, y con razón. Después de la caída del régimen de Siad Barre en 1991, el país cayó en un estado perpetuo de empobrecimiento y guerra civil. Cuando la hambruna y la violencia llegaron a extremos que atrajeron la atención mediática, la ONU quiso enmendar los errores de Bosnia e invocó el Artículo VII, que autorizaba el uso de la fuerza para hacer cumplir sus resoluciones. Anteriormente sólo se había usado ese artículo en Corea y en la Guerra del Golfo. El resultado fue la Operación Devolver la Esperanza, la más ambiciosa de la ONU hasta entonces. Se trataba de un despliegue de unos 38.000 soldados que además de paliar la dramática situación humanitaria pretendía crear una nueva nación. Los somalíes agradecieron lo primero, pero rechazaron lo segundo. Las detenciones de señores de la guerra y su personal fueron vistas como una injerencia en sus asuntos internos y Somalia se convirtió en un lugar cada vez más hostil para unas tropas que creían estar haciendo lo correcto. El resultado fue una sucesión de combates, como los que costaron la vida a veinticuatro cascos azules paquistaníes en junio de 1993, a dieciocho militares norteamericanos cuatro meses después y a cientos de milicianos y civiles somalíes. Se admitió el fracaso y las tropas abandonaron Somalia. La ONU lo sumó a los fracasos de Ruanda y Yugoslavia y el gobierno norteamericano ya no quiso emplear tropas terrestres en combate hasta después del 11-S.

Los sucesivos años de guerra y sequía hicieron de Somalia un país no apto para los vivos, pero Al Qaeda no pensaba lo mismo. Su presencia en el país se remontaba a 1996, pero fue a partir de 2006 cuando comenzó a hacerse más significativa con el envío de voluntarios. A pesar de que se hacía casi imposible el establecimiento de una administración central, se intentó de nuevo con el establecimiento de un gobierno federal de transición apoyado por tropas de la Unión Africana. El problema de la misión que sería conocida como AMISOM sería doble. Por una parte su mandato les daba una función poco más que defensiva; y por otra, el contingente más importante era etíope, históricamente enfrentados con los somalíes. Esa última circunstancia volvió a aglutinar a los grupos armados somalíes en un gran movimiento de insurgencia alrededor de la Unión de Tribunales Islámicos.

Al final, el gobierno etíope decidió que lo mejor que podía hacer por Somalia era sacar de allí a sus tropas. Una asamblea de la Unión de tribunales Islámicos eligió en Yibuti un nuevo gobierno federal de transición, pero el fin de la guerra contra los etíopes enfrentó a antiguos aliados islamistas: el ala radical, encabezada por Hassan Dahir Aweys y el ala moderada, encabezada por el nuevo presidente Sharif Ahmed.

Fue por esa época cuando Somalia volvió a atraer la atención del mundo, aunque no tanto por sus problemas como por una proyección de los mismos. Resentidos contra los extranjeros por los vertidos ilegales y por la pesca abusiva en aguas somalíes, muchos agricultores y pescadores arruinados encontraron una lucrativa ocupación como piratas. La mayoría de ellos procedían de Puntlandia, junto al Golfo de Adén, por donde pasa el 20% del comercio marítimo mundial y el 40% del petróleo con destino a Europa. Con un tránsito anual de 30.000 buques y sin autoridad que se lo impidiese, la piratería no tardó en convertirse en una industria en expansión. Sólo en 2008 se recaudaron entre 25 y 50 millones de dólares con 40 secuestros con éxito. En el primer trimestre de 2009 ya se superó ese número.

La ONU volvió a reaccionar con una resolución que autorizaba todas las medidas necesarias para luchar contra la piratería contando con el gobierno somalí. La Unión Europea organizó la primera misión naval de su historia, la Operación Atalanta, que fue seguida del envío de buques de India, Rusia, China, Estados unidos y otros países. A pesar de que cada vez se detenían más piratas y que su porcentaje de éxitos era menor, los analistas occidentales coincidían en que sólo se podría acabar con la piratería actuando contra las bases en tierra. Pero el gobierno somalí nunca lo autorizó por miedo a perder los pocos apoyos que tenía en su país.

Si bien la relación de Al Qaeda con Al Shabaab es admitida incluso por esta última, la vinculación entre la piratería y la insurgencia yihadista no suele ser aireada. Esto se debe en parte a que los piratas son extorsionados por los clanes y Al Shabaab. La piratería se ha convertido en un negocio millonario que comparten desde miembros de la diáspora somalí hasta empleados de los puertos del Golfo, y empíricamente el aumento de los ingresos de la piratería siempre precede a una ofensiva de los insurgentes.

En el noroeste queda Somalilandia, la antigua Somalia Británica, que vive como un país independiente de facto desde que empezó el caos en 1991. Con su propio gobierno, moneda y bandera, su independencia no ha sido reconocida salvo por unos pocos países. A pesar de ser un estado islámico, aplicar la Sharia y del déficit democrático de su gobierno, la situación allí es muy distinta. Aparte del debate en contra y a favor de la independencia y de los periódicos conflictos entre clanes, Somalilandia es un estado viable que parece esperar a convertirse en el primer "tigre africano" gracias a la inversión extranjera.

Mientras tanto, la situación en Somalia, que cubre la mayor parte de la antigua Somalia Italiana, no hace más que deteriorarse. El territorio controlado por el gobierno y la AMISOM se reduce al puerto de Mogadiscio, el aeropuerto y el distrito gubernamental. La insurgencia, una coalición que une a Al Shabaab, Hizbul Islam, voluntarios de Al Qaeda y otros grupos armados, ha llegado a estar a 500 metros del palacio presidencial. La ONU, la Unión Europea, la Unión Africana y los Estados Unidos han expresado su apoyo al gobierno provisional somalí y han proporcionado ayuda económica y militar, pero es difícil predecir si el gobierno podrá superar la debacle. En el resto del país, milicias islamistas moderadas se disputan con los yihadistas el control de poblaciones que cambian de manos una y otra vez.

Sólo desde 2007, la guerra se ha cobrado unos 25.000 muertos. Unos tres millones y medio de somalíes (la mitad de la población) necesitan asistencia urgente, cerca de dos millones viven como desplazados y hay unos 500.000 refugiados en los países vecinos. En el momento de escribir estas líneas (febrero de 2010), la insurgencia controla la mayor parte del país y la práctica totalidad de la capital. El gobierno sólo cuenta con unos 3.000 militares somalíes y una AMISOM que no llega a los 5.000. La ONU no ve viable el envío de una misión terrestre de pacificación y muchos analistas opinan que el gobierno somalí no llegará a fin de año y que Somalia se convertirá en el principal santuario de Al Qaeda en África.

El relato que sigue es una ficción; los personajes, salvo los de Hassan Dahir Aweys, Ayman Al Zawahiri, Javier Solana, Ban Ki-moon, Angela Merkel y Andrew Mwangura, no pretenden reflejar personas vivas ni fallecidas. La acción se sitúa en un futuro muy próximo y la hora se expresa en horario local.

Asimismo, quisiera en estas líneas expresar un humilde reconocimiento a los periodistas, militares, funcionarios, legisladores, cooperantes y todos aquellos que han muerto intentando hacer de Somalia un lugar para vivir.

Espero que disfruten con la lectura.

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